Llueve y sin embargo, no estoy vestida de lluvia

Llueve y sin embargo no estoy vestida de lluvia. Nadie me avisó que hoy podría mojarme.

Nadie preguntó si yo quería mojarme o si disfruto del sol igual que disfruto la lluvia.

Llueve y no busco resguardarme de la humedad de sus gotas. Dejo que me abrace el leve frío de sus delicadas perlas de agua. No dejo que me asuste nada, porque en el fondo soy esa niña que se cae y resbala; que pega la carcajada porque se llenó la cara de lodo.

Algunas partes de la vida son sencillas pero la mayor parte de ella son complicadas.

No dejo que me queme el sol, tampoco que me asuste la lluvia.

No me quedo mucho tiempo en el mismo día pero siempre regreso a las mismas tardes.

Esas que se visten para despedir el sol y yo me siento ir con él hacia alguna parte mientras me deja con un cielo negro lleno de estrellas que me miran fijamente para ver si me levanto o me pongo a llorar de pena.

Y me quedo ahí, callada contemplando la orfandad de un día que se marcha y deja a la tierra y la abrazo yo pensando que no me pienso marchar aunque algún día tenga que hacerlo.

Amanecí con los poemas en la orilla de la boca

En la punta de la rama se mece la hoja y no se sabe en lo que piensa.

Si en saltar para abrazarse del viento o aferrarse a lo que queda de su conexión con la tierra.

Amanecí con los poemas en la orilla de la boca.

Y experimento la extraña condición de armar un poema con los ojos cerrados entre la mitad del ensueño y del día despertando a mi lado.

Sin plumas a la mano, ni voz que me repita; solo a puro pensamiento que no ha tocado los dedos del día que amanece ni ha soltado la mano de la noche que se ha ido.

Hay días que despierto sin dar los buenos días porque me brotan de las manos palabras que ya tomaron forma durante mis horas de sueño.

«No digo los buenos días porque los escribo en forma de poemas.»

Y me quedé pensando que esa punta de la rama con la silueta de su hoja dudaba, si saltaba hacia el viento o se abrazaba a lo que le queda del miedo.

Como cuando escucho que lo que me tengo que decir es poesía; y desaparecen los buenos días. El mundo y su ruido, los murmullos y sonidos.

Solo queda un río tomando forma en su abrazo hacia la vida que se va extendiendo con sus dedos hasta donde le alcance el poema.

«Es hora de hacerle infinito a tu cuerpo.» Y entre esas voces, la mía que le va dando forma a lo que siento.

Palabras

Adoro lo sonidos azules y son esos que comienzan con silencio, van subiendo de volumen hasta invadir cada rincón de tus sentidos.

Y los sutiles ruidos de color que caen como gotas de rocío hacia la boca y te dejan disfrutar de su sabor.

Por eso, prefiero las palabras que se iluminan con la luz de su profundidad. Las que lloran o ríen a carcajada limpia.

Las que permanecen intactas a pesar de la impureza de quién las empaña y las que gritan de forma honesta con su propia voz.

Las que dejan huella, curan o quitan la sed. Las que abrazan o queman e incendian el corazón de esperanza y nunca te sueltan ni abandonan.

Por eso termino enamorándome de las palabras honestas. Sencillas. A las que jamás se les nota una fisura y solo se fracturan al hablarte del amor.